viernes, 18 de mayo de 2012

Julio tiene 89 años. Está postrado en la cama desde febrero porque se ha caído tantas veces y le ha costado tanto recuperarse cada una de ellas, que prefirió tomar esa decisión. De esta manera tampoco molestaría a sus hijos que, según él, están demasiado ocupados como para que un viejo como él les sume más trabajo. Hasta los últimos años siempre fue el típico hiperactivo, que no puede estar desocupado ni un solo momento. Pero ya ahora el dolor lo terminó venciendo.



Natalia trabaja de 8 a 13 de lunes a viernes en un call center para poder pagar todos los meses sus gastos básicos mientras estudia. Últimamente siente que la rutina es como una caminata cuesta arriba desde hace años. Lo que alguna vez pensó que iba a ser por un par de semanas hasta que se acomodara en su nueva vida, término extendiéndose por meses y meses. Le pagan bien por las horas que hace, pero no considera que le tengan en cuenta la paciencia que tiene que sacar de donde no tiene para ser útil sin olvidarse del buen trato y cortesía que muchos exigen y que ella nunca recibe de vuelta, ya que muchos le cortan la comunicación.


Para algunos, la vida se torna una agonía crónica que atenta contra los sueños y proyectos a futuro; con la forma de vida, bah.


Pero me rehúso a pensar que Dios disfruta de ver a un anciano sufriendo en una cama que hace le los días más insignificantes y las noches más eternas. O que se divierte viendo cómo una joven sale indignada tarde tras tarde porque su vida no es lo que había planeado y ni siquiera está segura de que eso sea lo ideal. Se le pasan por la cabeza pensamientos de carácter existencial y cosas parecidas…


Realmente creo que todo eso tiene un propósito mayor. Con esto no quiero decir que entendiendo esto crea que hasta es bueno que pasen ese tipo de cosas, como una optimista idiota que le busca el lado positivo a absolutamente todo. Créanme, esa no soy justamente yo.


Pero ese propósito debe ser tan bueno que va a valer la pena haber pasado por ciertas situaciones. Nótense las palabras valer la pena, y no ‘es bueno’.


Quien te dice que por ahí los profesores de Natalia ven su rendimiento y dedicación, aunque notan su cansancio. Y deciden ayudarla prometiéndole un trabajo asegurado para cuando termine sus estudios.


Quizá Julio tiene un cuerpo que resistirá los más punzantes dolores, pero llegará hasta el día en que nazca ese nieto que siempre ha soñado. Tal vez uno de sus hijos, complicado en su vida social, finalmente encontró la felicidad con la mujer de su vida. Y pequeñas –pero a la vez grandes- cosas que llenan de paz a este viejito culinquieto que no puede estar sin ver que todo marche como debe.


No creo en las casualidades, pero tampoco en el destino.

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