sábado, 30 de agosto de 2014

Palabras más, palabras menos

Hace poco más de un mes que no aparezco por este blog y ya empezaba a extrañarme. Quizás porque nada me inspira últimamente, quizás porque nadie me hizo reflexionar sobre nada nuevo. Ya saben quienes ya me han leído antes que mi principal fuente de inspiración son los que me rodean, que aparecen por acá  casi sin que me dé cuenta. Les tengo advertido que pueden llegar a ser nombrados en este espacio. Y una vez más mis amigos, en una charla en whatsapp, me dieron las palabras justas para repensar acerca de lo que a veces no somos conscientes que poseemos.

Tal vez sólo dejé de escribir porque no tuve la necesidad, porque nadie me obliga ni me paga por hacerlo. Es por eso que escribo sólo cuando lo creo necesario. Admiro en ese sentido a los populares Vloggers que prometen a su amplia audiencia un nuevo video el mismo día de cada semana, y encima con un tema a elección. Ah, a ellos sí les paga el Sr. Youtube.

Sea cual sea el motivo, mi punto es que podría escribir cuantas veces se me cante en el día acerca de lo que quiera, porque estamos en un país que, a costa de muchas cosas, todavía nos permite la libertad de expresión y pensamiento. Tenemos el espacio que se nos plazca para saciar nuestra necesidad de desparramar palabras concienzudísimas por doquier, por el simple hecho de que pisamos y habitamos este suelo que nos da ese derecho.

Muchos no valoran esto todavía, porque desde que nacimos siempre fue así para mi generación y las posteriores. Vemos su prohibición como algo del pasado que difícilmente vuelva porque visto está que no lleva a nada. Que estamos en el siglo XXI, y que volver a ese tipo de represión es retroceder todos los escalones que avanzamos, más uno. Me atrevo a decir que la gran mayoría estamos de acuerdo con esto y que el nivel de globalización actual difícilmente permita que se esconda así nomás una falta a este derecho, como bien sabemos que hay naciones así. Tal es el caso de Venezuela, que su gente se informaba de lo que pasaba en la plaza principal de Caracas por los medios de otros países, como el de Colombia. Y hablo de hace apenas unos meses, febrero si no recuerdo mal.

No quiero explayarme demasiado en ese tema porque tendríamos que hablar también de la censura que todavía existe al revisar cierta información antes de ser publicada (sí, eso también es censura). Pero eso es un capítulo aparte, y ni siquiera quería llegar ahí.

Cuando vas creciendo, aprendés que cuantas más libertades te dan, más responsabilidades tenés.

Bueno, con ese criterio, yo creo que lo mismo pasa con este preciado derecho que tenemos.

¡Ahhhh...! La libre expresión ¡Qué joya de estos tiempos, que liviana me siento diciendo lo que se me canta! ¿no?

Pero debo decir que algunos se lo toman demasiado a pecho.
El agua es buena para nuestro cuerpo, pero en exceso, puede provocarnos una sobrehidratación. Ejemplo boludo para reafirmarles que cualquier cosa (hasta lo que tiene buena fama) puede ser nociva si se la utiliza en exceso.
No estoy queriendo decir con esto que haya un exceso de libertad de expresión, sino que no se es responsable la mayoría de las veces de lo que ésto conlleva. No quiero que se me mal interprete, por favor. Soy la principal partidaria de decir lo que pensamos, sea quien sea. De hecho, lo practico a diario y llegué a un punto en mi vida en que son pocas las opiniones que me guardo, sobre todo si me las piden.
Cualquier opinión es válida, siempre que se la tome como tal: una OPINIÓN, y no una gran verdad.
Ninguna es más opinión que otra, ni más verdadera. Todo se basa en qué fundamentos tengas. Y así y todo, tenés que respetar a quien, sin escrúpulos ni conocimiento, te da una opinión, porque es eso y nada más.

Creo que hasta ahí no dije nada fuerte ni descubrí un misterio de la humanidad. Es una regla básica si querés vivir en mínima armonía con la sociedad.
Como dije anteriormente, sos responsable de lo que sos libre de hacer. Mucho más si sos un/a grandulote/a con un cerebro que procesa información y no se limita a recibir pasivamente.
Entonces si tenés los órganos suficientes para dar una opinión con todas las letras y fundamentos que creas necesarios, también tenés que saber que eso puede traer consigo el desagrado de muchos de los presentes ante tu discurso ejemplar (pero parcial).
Podés decir que no te importa que a alguien le caiga mal, y está perfecto porque te muestra como una persona íntegra y segura de sus pensamientos. Pero no esperes un camino de rosas o una corona de laureles.

Esto no intenta ser una clase de moral. No porque sea la menos indicada (no lo soy, trato de no faltarle a la moral), sino porque es una opinión, y nada más.