lunes, 21 de octubre de 2013

Arriba

Cuando comencé a escribir esto, todavía me quedaban unas horas para seguir deleitándome con ese paisaje majestuoso. Si me hice este espacio para desviar mi mirada al papel, es porque en ese momento veía los cerros como un escenario lejano.

A mi lado, unas cuantas plantas con las que se alimentan las llamas. Recordándonos que ellas estuvieron allí primero, algunas posan al costado de la ruta, desafiantes. ¿Quiénes seremos nosotros, los humanos, para invadir su territorio? De todas formas, qué lindos bichos...
Hay algo en mí que, por más que me esfuerzo, no puedo evitar. Me enamoré de cada pueblo, y cada despedida era fuente de una profunda nostalgia. Una parte mía quedó allá. Pienso volver a buscarla... o a dejar todas.
Apartando la racionalidad a un lado, nunca me gustó generalizar; menos aún tratándose de personas. Es un vicio que todos tenemos, hasta el poseedor de la mente más abierta.
Debo admitir que nos cruzamos con gente, y mucha. Sí, todavía hay gente. Y no, el hecho de considerarte ser humano no te convierte en gente.
Los seres humanos respiran, comen, defecan, duermen y hasta mueren por su propio bienestar. Te venden un par de zapatos divinos y te dicen que son para vos. Te recomiendan un lugar porque seguramente te va a gustar. Pero no te sientas tan especial. Acordate: el ser humano dice y hace para su propia satisfacción.
La gente le abre las puertas al paraíso a una diminuta rata de llanuras monótonas. 
La gente nunca sospecharía el lujo que esto significa.
Con una sonrisa sincera y una charla entre amigos, es suficiente. No importa tu pasado ni de dónde vengas. Después de todo, nacimos donde nos tocó y -algunos amigos pueden reírse con lo que voy a decir pero- no es algo azaroso.
De no haberme criado donde viví, no podría sentir eso que, por ahí, sientan muchos.
Llené mis pulmones con olor a nada, porque ese es el verdadero aroma del aire puro. Lástima que no pude traer provisiones extra. Tomé agua con gusto a nada, porque ese es el verdadero sabor del agua. Agua de manantial que nos dibujó sonrisas en cuestión de segundos, cual padre abraza por primera vez a su hijo recién nacido. O cual hombre, muerto de frío y tras muchas horas de incertidumbre, logró prender fuego con la técnica de antaño.
A veces, por saber que estamos en el siglo XXI y con tecnologías que nos superan, estamos reacios a novedades. Nada nos sorprende, todo nos resbala. ¿Una vaca que vuela? Mirá vos...
Hasta que te topás con un paisaje de la puta madre y decís "Soy como una semilla de diente de león volando sola, en medio de tantas alturas". Sí, pensé eso. ¡No se rían! Eso me retraía y a la vez me no me excluía.



Continuará...

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