jueves, 3 de octubre de 2013

La vereda desnivelada

Todo iba perfecto, como el agua que fluye naturalmente entre los surcos que se lo permiten. Mis pensamientos eran decididos, mi pulso también. Mi boca, mis brazos, mis pies y hasta mi pelo parecían moverse respondiendo a una narración externa a mi persona.
Siempre fantaseé con ser el personaje de una historia, en la que el autor se divierte de forma esporádica con mis tropiezos. Cuando considera que el lector siente lástima o hasta bronca de tantas pelotudeces por parte de una sola persona, me da un empujón. Ese mismo empujón que sentía. El clima podía variar, mis ojos podían verse cansados, mi letra, cada vez más deteriorada. No obstante, nada podía sacarme de ese estado similar a una ficción sin nudo. Todas las fallas estaban bajo mi control. Yo las había causado por ser la misma que las había permitido. Los silencios dicen mucho. Los baches en la vida también. No siempre son malos. De hecho, muchas veces son necesarios. Creí que todos los míos lo eran, por eso no le guardé un lugar a la aflicción.
Por si no estoy siendo transparente con mi apelación al entendimiento, hasta mis errores estaban en el guión de mis días. No estaban escritos, pero al parecer había dejado una columna titulada "imprevistos". Completé los espacios en blanco de manera corrida, sin interrupciones. No quería olvidarme de ningún problema. Es gratificante jactarse de problemas ya superados o actualmente padecidos. La coraza de valentía se refuerza y te podés golpear el dedo meñique del pie con la punta de la cama, pero te la bancás.
Ahora me doy cuenta que sigo siendo la misma incrédula de siempre. Me faltó completar el título con "...en realidad, bastante previsibles". De esta forma, todos los cuadros en blanco eran muy fáciles de completar.
Es increíble el poder de auto-engaño.
Cuando casi me convencía de ser alguien que nunca podría ser (ni yo, ni nadie, ya me di cuenta)... una baldosa que a la distancia pasaba desapercibida, era ahora el desnivel necesario. El tropiezo imprevisto.
Estaba ahí, como un grano solitario en la vereda para recordarme lo que creí dominar.
Es gracioso. Regularmente, me tropiezo en la calle por culpa de baldosas mal puestas o ausencia de ellas. Tras unos días de observación detallada del piso, vuelvo a mirar al cielo. Esta bueno, mientras hay tierra firme. Siempre olvido las otras variables.
Volví a tropezar y no digo mucho más. Solamente que me di cuenta que no estaba preparada para un imprevisto. No era el momento. No estaba dentro de mis imprevistos. Era demasiado imprevisto. Nadie me avisó nada. Tropecé. Me doy vuelta, nadie me vio. Sigo. ¡Qué lindas se ven las nubes!



No hay comentarios.:

Publicar un comentario