lunes, 31 de diciembre de 2012

“estamos como en la Navidad de Europa casi” dijo mi viejo

domingo, 9 de diciembre de 2012

A oídos sordos, palabras necias


Cuántas veces habremos escuchado que no se valora lo que se tiene hasta que se lo pierde… Tampoco le prestamos atención a esta maldita frase hasta que nos falta algo. Asentimos con la cabeza mientras la pensamos y recordamos aquellos momentos felices en que todo era bonito y nos chupaba un huevo la frase. Antes que nada, no quiero que se hagan la cabeza pensando a quién o qué fue lo que perdí y que ahora se me ocurre valorar. No, no se me murió un familiar, no perdí un amigo, ni mi mamá dejó de hacer comida rica. Es, en cambio, algo más personal todavía. Una parte de mí que ahora está muerta, nula, rebelde, y lo he notado desde hace ya 10 días: mi oído derecho.


Creo que en alguna de mis publicaciones anteriores mencioné mi terror a quedarme ciega algún día. No es que sea propensa, pero uno se imagina cosas espantosas de vez en cuando para valorar recién ahí las maravillas de la vida.


PARÉNTESIS…


Paso a contarles, en pocas palabras, lo que ocurre con mi oído. En un primer momento pensé que era un simple tapón de cera (desagradable, pero ya me pasó una vez por mi obsesiva limpieza). Pero el otorrinolaringólogo me desasnó diciendo que tuve un resfrío que tapó de líquido el conducto BLA, BLA, BLA y mi oído interno no tiene aire. Eso produce mi sordera, por lo que escucho un 20% y el otro 80% lo supongo. Por lo tanto, mis respuestas no siempre entran en el cuadro de coherencia de la conversación.


…CIERRO PARÉNTESIS


Al principio me fastidiaba bastante el hecho de no escuchar bien o soportar el chiste fácil, ese de las muecas, como si yo no escuchara nada. Pero anoche me dí cuenta de que las carencias tienen un sabor más que interesante.


Como les decía, fue anoche que compartí una cena con -entre otros- gente que conozco hace años y con eso no quiero decir que me agraden. Dar vuelta la cara cuando paso por enfrente, evitar mi saludo y caras raras no están dentro de mi definición de simpatía. Por ende, que me den besos y abrazos en público entre charlas insípidas ignorando lo anterior, es mi definición de falsedad.


Mientras comíamos, las charlas se fueron opacando con el hambre de a poco saciado. Cerveza va, pionono viene, una petición salvaje aparece:


(Persona Falsa): -Me (palabras confusas)…?


(Yo): -¿Cómo?


(PF): -Que si me alcanzás el destapador (todos se voltearon tras ver un intercambio de palabras entre dos personas que se repelen)


(Y): -¡Ah, sí, tomá! Es que estoy sorda de este oído (señalando el derecho, y un poco sarcástica).


La PF se sintió intimidada tras mi pregunta, ya que no tenemos más trato que el obligatorio. Tal vez pensó que le estaba tomando el pelo, pero juro que fue espontáneo. Aunque pensándolo bien…


Haciendo una evaluación de la noche, lo bueno de esto es que si decían mi nombre entre murmullos, no lo escuchaba. Si me pedían que me parara para buscar bebidas, entre que me repetían, ya iba otro y yo zafaba. ¿Qué más puedo pedir?


La sordera me trae beneficios, aunque molesta.


Así que a la frase no se valora lo que se tiene hasta que se lo pierde, le agrego y si no, siempre se le saca provecho.


No, mentira. ¡¡¡¡Por favor, quiero escuchar bien de una buena vez!!!!