miércoles, 28 de marzo de 2012

Resistencia vana

Si hay algo que me da terror de sólo pensarlo, es la ceguera. Personalmente, considero que la vista es el sentido más preciado que tenemos. Ya sé, todos y cada uno de nuestros sentidos tiene su función particular e irremplazable. Si fuera sorda, ya no podría escuchar música, algo que no puedo dejar de hacer ni siquiera un solo día. Por otro lado, me evitaría escuchar comentarios que parecen hacerme sangrar los oídos.


La palabra “sordera” me remite a mi bisabuelo. Claro, cualquier viejito puede tener sordera, pero sin embargo, sigue viviendo como si nada. Pero mi familia materna se caracteriza por el amor a la música, comenzando desde mi bisabuelo Baltazar, más conocido como “Balta”. Tuvo la dicha de vivir hasta los 98 años… ¿qué tal? Son incontables las veces que me relató sus participaciones en eventos importantes en la ciudad, tocando ese instrumento que tanto amaba: la batería. Él formaba parte de la banda municipal y no había nada que le llenara más el alma que hacer música.


De a poco, con los años, fue perdiendo la audición a tal punto que había que gritarle al lado de su oreja para que escuchara (y viera con gestos extremadamente exagerados) lo que le queríamos decir. Debe haber sido un golpe fuerte para él no poder escuchar más aunque sea una sola pieza de jazz, o un partido de futbol por la radio. Pero se resistió hasta el fin de sus días a usar audífonos. ¿Orgullo? Puede ser. Pero me gusta más el término “aceptación”.


Volviendo al tema de la visión (*), o mejor dicho la ausencia de visión, recalca más los demás sentidos. El otro día en una clase escuchamos un radioteatro, y decidí escucharlo con los ojos cerrados. Diría que tiene casi la misma magia que leer un libro. Uno se hace en la mente imágenes del relato. También ayer a la mañana caminaba con muy buen humor al darme cuenta que la temperatura había cambiado completamente. Entonces cerré los ojos y sentí el viento frio de las 8, invisible pero haciéndose presente de otras formas. Lo mismo con el sonido, ese zumbido en mis oídos porque viene de frente.


Los demás sentidos se hacen más intensos cuando uno de ellos está ausente. La sensibilidad se despierta de otras formas, y entonces hasta parece bueno en ciertas circunstancias estar ciego.


Sin embargo, me sigue aterrando tener esa falta (**), porque nadie está exento a eso. Debe sonar fatalista, pero es la realidad. No me reconforta saber que los demás sentidos se agudizan, a decir verdad.


(*)Me voy mucho por las ramas. Perdón.


(**) Recién me doy cuenta de la ironía de esta expresión.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Simplemente extraordinario

Hoy la temperatura es un poco más soportable, los arboles de a poco se van a ir cubriendo con sus copas amarillentas, como así también pronto lo hará el suelo. Los días toman un tinte grisáceo, melancólico. Uno se torna tan nostálgico, que vive esos pequeños momentos tan únicos que te hacen poner de buen humor. Son los que uno debe de aprovechar una vez que se dan, como si nunca fueran a volver. Por ahí no, tal vez vuelven en forma de algo que ni siquiera nos imaginamos.


Lo que se siente al pisar una hoja seca con su ruido crujiente es algo simplemente inexplicable. Espero no estar quedando como una paranoica diciendo esto, pero si tengo que llegar a un lugar caminando en línea recta, no voy a hacerlo de esa forma si eso no quiere decir que vaya a pisar hojas secas. Iré en zig zag, como una obsesionada buscando un camino rebuscado para que se escuche cada paso que doy.


Es un lujo que me permito porque una vez que se hayan caído todas las hojas de cada árbol en la ciudad, entonces ya no lo podré hacer y tendré que esperar al año que viene.


Hoy empiezo mi día así: mate, cielo gris y buena música. ¿Hay acaso algo mejor que eso?

viernes, 16 de marzo de 2012

¿Qué me quiso decir?

Últimamente estoy teniendo problemas para diferenciar un cumplido de un simple comentario. No sé si siempre me pasó eso y nunca me di cuenta, o si lo de ser consciente de estos detalles comenzó desde el otro día que me dijeron algo. Supongo que soy desconfiada y a veces malpensada también. Pero la cuestión es que me dijeron “algo” y yo no supe cómo reaccionar. Al ver mi cara de confusión, la persona que me lo dijo me tranquilizó diciendo “¡O sea, es un cumplido!”. Entonces automáticamente pude tomarlo como tal. Es que es muy delgada la línea que separa lo bueno de lo malo, y muy pocos, diría, pueden notarla a simple vista. Al decir bueno y malo, no quiero decir que un cumplido sea siempre bueno (aunque la mayoría de las veces lo es, o al menos eso pretende ser), o que un mal comentario sea siempre tan malo.


Un mal comentario hace muchas veces que abramos los ojos para darnos cuenta de lo que está pasando frente a nosotros mismos. Es, en realidad, un disparador de ideas que afecta hasta al más seguro de sí mismo. Si es acertado, el mal comentario es bueno. Si no lo es, algún día, tarde o temprano, será desmentido. Es una ley de fuerza mayor.


Para aclarármelo a mí misma*, un cumplido se caracteriza por ser algo ameno a los oídos de quien lo escucha. Pero ¡alto, ahí! Me ha pasado de estar en medio de una conversación entre dos personas (no necesariamente hombre y mujer) y una le dice un cumplido a la otra por el solo hecho de congraciarse con la otra y –créanme- se escucha bastante estúpido, ya que no tiene sentido lo que está diciendo y, en algunos casos, ni siquiera es verdad.


Un cumplido bueno (así lo calificaría yo) ¡es el espontaneo y desinteresado, gente! Genuino porque quien lo dice, vio que realmente tiene que hacérselo saber al que lo escucha.



*Si estás leyendo esto y te ayuda, me alegro muchísimo. Pero dejame decirte que no soy psicóloga ni nada por el estilo, así que mis palabras en cuanto a esto son poco confiables.



NOTA


Luisina: la próxima vez que te digan “algo” (sea lo que sea), acordate de lo que acabás de escribir y tomalo siempre de la forma menos rebuscada, por favor. Si es un comentario malo, escuchalo y pensá; puede que tengan razón. En lo posible, contesta con la mejor sonrisa… ¡No sea cosa que haya sido un cumplido y después te tengas que morder la lengua!

jueves, 15 de marzo de 2012

Feedback

Ayer comenzaron las clases en mi universidad. Y, como siempre, es obligación asistir al acto del inicio del ciclo lectivo. Y digo “obligación” porque se caracteriza por ser algo monótono y los estudiantes no vamos con toda la voluntad del mundo. Es que, como todo acto formal, tiene que ser así (largo, estructurado. Bueno, sí, a b u r r i d o). Uno no espera otra cosa. Después de todo, es una formalidad necesaria y en todo caso, dirigida hacia nosotros.


Pero el acto de ayer fue bastante diferente que los de años anteriores. Hubo muchas expectativas en cuanto a qué se iba a decir y cómo iba a ser el cronograma. Fotógrafos de importantes diarios de la provincia estaban allí, hombrecitos de traje (más que de costumbre), el intendente de nuestra localidad (Libertador San Martín); además de lo usual: el coro oficial de la universidad, el de los ACA, la banda, todas las banderas colgadas en el techo (en el centro, dos de Argentina) y las autoridades de las vicerrectorias.


Para ser más concreta, el señor Sergio Urribarri, gobernador de Entre Ríos estaba presente. Había llegado en su (flamante?) helicóptero desde Paraná para acompañarnos en un día importante para nosotros y, como quien dice ya que estamos, aprovechó para hacer un par de anuncios.


Pero primero se cantó el himno nacional, los coros, la banda, infinita entrada de banderas…. Mucho ruido que tapaba la voz del presentador, nenes impacientes de la primaria, flash por acá, flash por allá…


Una vez ubicados cada uno donde le correspondía, se le dio el esperado espacio a la palabra del gobernador. Persona de baja estatura, aunque no bajo perfil, subió al escenario. Se apoderó un silencio absoluto en el auditorio y a continuación, palabras reconfortantes para el público. No sacó ningún papel como para leer, sino que dijo todo de una forma más bien espontánea. Sus palabras fueron breves y al punto. Ni una demás, y yo diría que más que suficiente para un público tan variado como el que lo escuchaba. Dijo sentirse como en casa y un par de promesas.


Se despidió abandonando el auditorio con toda su gente trajeada y un cálido aplauso. Luego, el rector agradeció su presencia y futuros “favores”, y como era de esperarse, ahora sí venía la parte que los alumnos debíamos estar más atentos.


No es muy difícil de imaginarse que desde ese momento, volvió el murmullo y la desconcentración, hasta que se hicieron los sorteos de unos premios por demás interesantes. Y ahí volvió el silencio y suspenso absolutos.


No importa cuánta avocación haya tenido el discurso del rector dirigido hacia nosotros. Nosotros ya sabíamos lo que iba a decir y, la verdad, no nos divierte la idea. Tampoco importa si el del gobernador era en realidad un mensaje camuflado, con un fin meramente político. Fue recibido como un amigo de la casa que se toma un tiempo de su apretada agenda para venir a visitarnos. Mucho menos importa que cada uno de los integrantes de los coros y banda hayan practicado mil veces sus canciones para una performance perfecta. El gobernador no los fue a ver a modo de desafío para ponerlos dentro de un rango. Estoy segura de que yo los escuché con más atención que Urribarri. Nadie estaba interesado en esperar las condiciones que se tuvieron en cuenta para elegir a los participantes del sorteo. Cuanto más rápido fuera el trámite, mejor. Eso sí, calladitos todos. ¡Ya veo que dijeron mi nombre y no lo escuché!

martes, 6 de marzo de 2012

"América" y América

Estaba sentada en el comedor hace una hora y una chica –a quien voy a llamar Laura-, amiga del chico que estaba al lado mío –lo llamaré Juan-, se sentó en frente. Yo no la conocía; nunca la había visto por el campus. Pero esas cosas suelen pasar acá.


Pasaron como 5 minutos y Laura no decía ni una palabra, y entonces me pareció que era mejor hablar de algo cotidiano (el día, la comida, las clases, lo que fuese!), para salir del silencio incomodo.


Yo no me acuerdo por qué, pero entre ella, Juan y yo, terminamos hablando de los argentinos. Juan, de EE.UU. (ya les diré por qué es relevante este dato), dijo que muchos argentinos le han preguntado –mala costumbre que pienso que tienen algunos argentinos- qué pensaba de nuestro país antes de venir. Pero nunca pudo conformarlos con respuestas como “siempre quise venir”, o “la gente parece buena y el paisaje es variado, hermoso”, ya que no conocía nada de acá. No tenía idea de los paisajes, cultura, ubicación geográfica, nada en absoluto. Sólo había escuchado de Manu Ginobili porque su entrenador de básquet en la secundaria era argentino. Pero excepto eso, nada. Yo le dije que eso era muy triste, ya que nosotros (creo que la gran mayoría) estudiamos en algún momento en la escuela la ubicación y capital de cada bendito país de América. Lo que quiero decir es que no estamos en Asia, che, ¡es el mismo continente que ellos! Pero supongo que no tiene la culpa. Para afirmar mi postura le pregunté si él era una excepción (de ignorar estas tierras lejanas). Para mi mayor desilusión, me dijo que creía que era una realidad en muchísimos jóvenes norteamericanos.


A todo esto, Laura escuchaba atentamente. Yo no sabía de donde era, aunque le noté una forma de hablar extranjera, hasta que atinó a decir “¿Y Chile se conoce?”, con una mirada que yo calificaría como esperanzada. Pobre Laura se la dio contra la pared cuando Juan le contestó que tampoco. Sin darse cuenta, Juan había destrozado el orgullo nacional de dos chicas en cuestión de segundos. No es por nada, pero sentí un poco de pena al ver lo limitado que es su interés fuera de ‘América’.


Lo que sí le habían dicho apenas llegó fue que los argentinos tenemos fama de arrogantes. Pero que no se quedaba con ese comentario, ya que daba la casualidad de que los únicos que decían eso eran mexicanos o chilenos. Laura se enganchó enseguida al tema porque bueno… ya saben. “Y…-risas- ¡en Chile no creo que seamos muy bienvenidos!”, dije mirando a Laura como para buscar su aprobación. “La verdad que no, y ahora menos con el tema de Malvinas, ¿no?”, me contestó ella, un poco insegura.


Juan ya sin saber qué decir en su español poco fluido, dijo estar al tanto del conflicto de Malvinas (sí, algo sabe). Le confesé a Laura que con el apoyo que los chilenos habitantes de las islas le estaban dando a Inglaterra, la relación chileno-argentina era más tensa todavía; que lamentablemente la historia nos condena, a veces no entendemos bien por qué, otras veces sí, y eso nos condiciona a tener prejuicios. De inmediato le aclaré que no tenía prejuicios para con ella, al tiempo que vi que su cara iba mostrando gestos raros. Quise decirle que ni siquiera la conozco, sólo el historial de su país con el nuestro (y hasta por ahí nomás).


Me afirmó que la historia que nos enseñan acá no es la misma que le enseñaron a ella en la escuela, aunque sí se trate de un mismo acontecimiento. No puse en duda su postura, ya que no hay más que buscar un poco de bibliografía para darse cuenta de eso.


Termine de comer, así que me levanté con una sonrisa, como diciendo “es lo que hay”. Juan siguió comiendo como si nada. Me despedí con un “¡Mucho gusto, Laura!. Chau, Juan”.

sábado, 3 de marzo de 2012

¡Enséñenles a pescar!

Antes de ayer venía haciendo un viaje habitual para mí que es pasar por las afueras de Rosario, lo cual implica pasar por las villas. No puedo mirar para otro lado cuando paso por ahí que no sea aquellas casas precariamente construidas con lo que encuentran: chapa, madera, cartón, carteles, lo que sea. Eso sí, tienen luz (porque se enganchan) y hasta he visto antenas de Directv. Cualquiera que pase por ahí lo puede comprobar. Y esta realidad es casi la misma en todas las villas de cualquier ciudad grande.


Entonces me pregunto si viven de esa forma porque realmente no les queda otra. Sé que es fácil decir las cosas cuando uno no vive cierta situación, pero traté de pensar si tienen otra alternativa, cualquiera sea, para salir de ese círculo vicioso. Porque esto no empezó ahora. No, esto se viene viendo de hace años. Son generaciones enteras que viven de esta forma y se la transmiten a las siguientes. Y por más que haya recursos para salir de ese pozo social, la voluntad es lo que más cuenta. Sin embargo, esa voluntad puede y debe ser incentivada por el Estado, para que esto se termine de una vez.  “Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”, dice un proverbio chino. Una mujer no encuentra quién le pueda hacer la limpieza general de su casa por lo menos 2 días a la semana, porque ganan más por no hacer nada. ¿Para qué preocuparse por la cantidad de hijos? Si total, el Estado paga por tenerlos. Claro, equivalen a otra camada de pobres chicos sin rumbo, los mismos que después toman decisiones sin tener en cuenta las consecuencias en los demás. Pero, ¿qué pasa con la alimentación de esos bebes los primeros meses de vida? Es primordial que se le preste atención a eso, ya que puede determinar su desenvolvimiento para todo el resto de su vida. ¿La “Asignación Universal por Hijo” está realmente destinada a ese hijo?


Intenté poner en alguna parte de esta nota algo así como “… y he aquí el origen de este problema”, pero se me hizo imposible. Es una bola de nieve, cada vez más grande e imposible de parar. No se sabe ya cual es el meollo de esto. Siempre es motivo de discusión en cualquier mesa que salga el tema. Podría estarse horas tratando de llegar a un acuerdo. Pasa muchas veces que todos opinan lo mismo, aunque lo vean desde un lugar diferente, o le prestan más o menos atención.


Después entro al centro de la ciudad y ellos están ahí, mendigando (o peor, robando), deambulando por las calles en busca de un poco de suerte. A veces la tienen, otras no. Y pasan sus días en una ciudad (si se puede decir que son parte de ella) que los alimenta mal y los trata con indiferencia, porque el tiempo corre y no se puede detener a pensar en qué van a hacer el resto de la tarde. Sin esperar nada en especial de nadie, y mucho menos un proyecto de vida. La villa es su mundo; así nacieron, y la gran mayoría ahí morirá.


“Y bueh, qué se le va a hacer. No podemos hacer nada.”, se escucha muchas veces. Y sí, es verdad.