lunes, 7 de octubre de 2013

Sr. Plomero

De repente, abro los ojos y me doy cuenta de algo. Me quitó el sueño, ya está. Ahora tengo que cerrar mi idea.

Todo porque ayer creí haber vaciado el mate, pero resulta que cuando lo fui a enjuagar, tenía un toco de yerba terrible. No sabía qué hacer, ya había metido la pata. Siempre trato de tirar todo en el tacho, pero esta vez estuve floja.
Me doy vuelta, acomodo las sábanas y trato de dormir. Pero una fuerza mayor me hace abrir los ojos. Los quiero cerrar, pero me tiemblan. Siento como si la dilatación de mis pupilas, propia de la ausencia de luz, me lo impidiera.
En cuestión de tres segundos pude imaginar al plomero destapando la cañería de mi casa. La yerba es lo de menos. En realidad, sólo es la mugre que causó el rebalse. 
Cual niño que hurga entre juguetes, señor plomero me cuenta qué encontró. Quiero pensar que con el propósito de ser cautelosa el resto de mi vida.
Con repugnancia, escucho atenta al buen hombre que, sin querer, me provoca nauseas. No quiero mirar, es demasiado asqueroso. Restos de comida, mate, y vaya uno a saber qué más en estado de putrefacción. Es lo que no consumo y decido desechar. Pero a fin de cuentas no lo deseché una mierda. Simplemente lo escondí en algún pasado constante (*) y salió a la luz en el momento menos esperado. Esconder no es desechar, siempre lo supe. Pero no depende de mí. Es decir, son partículas de comida, alguna vez sólida, convertida en algo chirlo y desagradable. Imposible retener eso. Dicen que somos lo que comemos. Yo soy eso, qué asco. Mejor dicho, esa es mi sobra. Lo que nadie quiere, y yo tampoco, pero que reservo sin querer.
Señor plomero me sigue dando una cátedra de la buena ama de casa. Sigo sin poder verlo; al tapón vomitivo, menos.
Le pregunto cuánto me cobra por tal hazaña, invitándolo a salir. Ya no lo soporto. Entendí su punto, pero ya no lo quiero escuchar.
Por más que se esmere en explicarme lo que pasa en el interior de la cañería, todo es en vano.
No importa cuántas veces venga a destaparla. Si no cambio mis hábitos, da igual. El resto más insignificante e imperceptible puede causar una catarata de mugre indeseada. 
Quedan dos horas antes de que suene el despertador. Vuelvo a darme vuelta. ¿En qué momento salió el sol?
Esconder no es desechar, siempre lo supe.

(*) Tiempo verbal inventado por mí para explicar algo que surge en el pasado más remoto y continúa o continuó hasta hace poco.

1 comentario: