jueves, 31 de octubre de 2013

Belleza subestimada

Me encontré contando las cuadras para llegar a mi destino. Eso me pasa cuando realmente no tengo ganas de caminar y no hay nadie con quien hablar.
Gris el pavimento, verdes las veredas. Nada raro. Verde, gris, verde, gris, verde, rojo, gris... ¡Tan hermosa! Una flor silvestre sin compañía estaba a punto de ser pisada por mí, por otro, de ser meada por un perro, andá a saber. Tras unos segundos meditabundos, cometí mi acto más egoísta: la arranqué. No soportaba las miradas punzantes de las que estaban rigurosamente plantadas y detrás de una reja protectora. Algunas grandes y genéticamente perfectas. Yo y mi espíritu protector de indefensos (más que yo). No lo dudé.
Llegué a clases y la pobre ya estaba achucharrada;  me sentí muy mal. Sin embargo, cuando la acortejaban, yo les decía "¡y es silvestre!". "¿Y qué es silvestre?", me preguntaban algunos.

Ahí me di cuenta de mi manía desde que era una nena de arrancar esas que están fuera del surco planeado, esas que, como en el caso de la roja, están solas en medio de tanto verde. Nadie las invitó, pero ahí están para recrearnos la vista, solamente porque son lindas y no tienen por qué ocultarlo. Te recuerdan lo generosa que es la naturaleza, hasta en medio de un bloque de cemento que limita el esplendor de un árbol. Ellas no necesitan mucho espacio para sobrevivir. A pesar de ser pequeñas, sus colores y el estar en manada las hace llamativas. No dependen del agua que les provea su dueño; son independientes.

Mientras la admiraba en mi camino, me preguntaba qué tienen las que venden en un vivero que no tengan las silvestres. La seguía mirando... Pétalos rojos y redondeados, centro amarillo vivo. ¡Ah, claro... el perfume! Ahí me acordé de unas que yo siempre arrancaba cerca del río Arrecifes, en la zona de los quinchos. Eran unas amarillas chiquitas, pero muy vistosas. No estoy segura de quién, pero me decía que las tirara, que eran feas. A mí me gustaban porque eran amarillas. Tras mi indiferencia, escuché un repentino "Les dicen culo de vieja". Seguía sin entender (tendría 4 ó 5 años). Fue entonces que me insistieron para que las huela...
Hasta el día de hoy, no entiendo por qué tiene que un aroma fea merecer el nombre de "culo de vieja". ¿Por qué el culo tiene que ser siempre oloroso y la vejez algo feo? Al margen...

Volviendo a la hipótesis del aroma, no siento que las rosas, tan aclamadas por un público cliché, tengan rico olor. Ni siquiera son tan lindas. Todas rígidas y demandantes. Se lucen de forma individual, pero no son autosuficientes. "Cuidado con las espinas... Si querés que se sequen, ponelas boca abajo... A mí me gustan blancas porque soy pura... Guarda con la helada que se queman". Baaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

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