viernes, 4 de mayo de 2012

Después de tanto tiempo, vuelvo a escribir. Había dejado, más que nada, por el bien de la humanidad. Ah, no, pará. Hablo como si el mundo entero me leyera. Bueno, por el de los pocos que me lean. (Los compadezco).


En fin, basta de palabreríos. Se supone que escribo cuando quiero, como quiero, lo que quiero y si quiero. Momento de “no me importa nada”.


Para estas instancias, seguramente la lectura se vio interrumpida por un bostezo, un mate, otro blog, lo que sea. Así que lo siguiente se basa en la creencia de que un 0,2% continuo leyendo.


Hoy me levanté con ganas de escribir sobre el cielo. Ese techo que nos cubre durante toda la existencia, siempre me atrajo. De hecho, caí en la cuenta de que le saqué mas fotos al cielo en sus diferentes estados y momentos que a mí misma. A algunos les seducen las flores, a otros, los insectos. A mí, el cielo. Los colores que va tomando a lo largo del día, lo deprimente o estimulante que puede ser un día nublado; la pureza de un cielo despejado en una mañana invernal; las estrellas que, con mucha imaginación, forman figuras, algunas fugaces como tuve la dicha de ver la otra noche; el tono anaranjado (para algunos, rosado) que adquieren sus nubes cuando es de noche y las luces de la ciudad chocan contra ellas…


No hace más que cautivarme. ¿Periodo del día que amerita ser el protagonista? El atardecer, tanto como el amanecer. Parece que posara, como si supiera lo imponente que es. Tan intocable que abruma.


Iba a compartir unas fotos, pero este wifi no me lo permite.. Será para la próxima

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