El agua corre sin
dudar un momento, porque sabe que su maldición es ser escurridiza por
naturaleza. Con los ojos cerrados recorre lugares cautivantes, porque sabe que
cada despedida es más dolorosa aún.
Las aspas del
molino no tienen descanso, porque bien conocen que éste las atrofia y hace
obsoletas. La monotonía les da un vértigo mortal. Girando reviven.
Las alas saben
que cuentan con el encanto que los humanos tanto anhelamos, y dicen las malas
lenguas que un leve regocijo invade sus articulaciones cuando un niño las
quiere adoptar.
Las ramas de los
arboles flotan tranquilas en el aire, porque saben que una raíz las mantiene en
la tierra. Incrédulas ellas, no saben que a la tierra no la sostiene nadie.
Las bocas no
dejan de moverse para no cortar el eco que alguna vez, en un remoto lugar y
lejanísimo momento, alguien provocó con el primer balbuceo.
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