“Yo nunca me choco con la realidad”, me dijo Pedrito
Tabuenca el otro día, y está rebotando en mi cabeza desde entonces. Debo
admitir que mi primera reacción ante tal confesión fue sentirme levemente
insultada. ¿Cómo se atreve a decir eso? ¿Me va a decir que nunca se desilusionó
con alguien o algo? ¿No? Bueno, después de todo, qué culpa tiene el buen hombre
de tener la dicha de ver hecha realidad su vida imaginada… También se me había
ocurrido que tal vez tiene expectativas demasiado bajas. ¡De esta forma, la
realidad siempre las supera! Está bueno eso.
Pasa que algunos somos soñadores compulsivos, y pensamos en
detalle absolutamente todo. Todo lo bueno, obvio. Imaginarse a la perfección
una vida miserable se siente como ponerse a hacer un trabajo práctico un
domingo a la tarde. Pero esos trabajos pesados, pesados eh… Misión imposible.
Para cuando esa esfera semejante a un limbo se encuentra con
la realidad, toma la consistencia de una burbuja. Frágil y sin sentido, se ve
obligada a explotarse para el bien de todos (o para el propio, por lo menos).
Entonces, mi siguiente reacción a la expresión de Pedrito
fue que ese hombre no estaba siendo otra cosa que sincero. No siempre lo que
imaginamos a la perfección es lo mejor. ¡Las veces que me habré salvado de mis
propios deseos! Y tantas otras que me creí una gran diseñadora de realidades
paralelas.
En fin, sabias palabras las de Pedro. No de gusto lo quieren
tanto acá. No estoy segura de haberlo entendido por completo, aunque a él le
dije que sí (entiéndanme, no quería que pensara que tengo un retraso mental). Sin
embargo, algo me quedó claro: la realidad supera la ficción… y los sueños.
Mientras tanto, me mantengo a la defensiva. Esto me supera.
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