martes, 6 de marzo de 2012

"América" y América

Estaba sentada en el comedor hace una hora y una chica –a quien voy a llamar Laura-, amiga del chico que estaba al lado mío –lo llamaré Juan-, se sentó en frente. Yo no la conocía; nunca la había visto por el campus. Pero esas cosas suelen pasar acá.


Pasaron como 5 minutos y Laura no decía ni una palabra, y entonces me pareció que era mejor hablar de algo cotidiano (el día, la comida, las clases, lo que fuese!), para salir del silencio incomodo.


Yo no me acuerdo por qué, pero entre ella, Juan y yo, terminamos hablando de los argentinos. Juan, de EE.UU. (ya les diré por qué es relevante este dato), dijo que muchos argentinos le han preguntado –mala costumbre que pienso que tienen algunos argentinos- qué pensaba de nuestro país antes de venir. Pero nunca pudo conformarlos con respuestas como “siempre quise venir”, o “la gente parece buena y el paisaje es variado, hermoso”, ya que no conocía nada de acá. No tenía idea de los paisajes, cultura, ubicación geográfica, nada en absoluto. Sólo había escuchado de Manu Ginobili porque su entrenador de básquet en la secundaria era argentino. Pero excepto eso, nada. Yo le dije que eso era muy triste, ya que nosotros (creo que la gran mayoría) estudiamos en algún momento en la escuela la ubicación y capital de cada bendito país de América. Lo que quiero decir es que no estamos en Asia, che, ¡es el mismo continente que ellos! Pero supongo que no tiene la culpa. Para afirmar mi postura le pregunté si él era una excepción (de ignorar estas tierras lejanas). Para mi mayor desilusión, me dijo que creía que era una realidad en muchísimos jóvenes norteamericanos.


A todo esto, Laura escuchaba atentamente. Yo no sabía de donde era, aunque le noté una forma de hablar extranjera, hasta que atinó a decir “¿Y Chile se conoce?”, con una mirada que yo calificaría como esperanzada. Pobre Laura se la dio contra la pared cuando Juan le contestó que tampoco. Sin darse cuenta, Juan había destrozado el orgullo nacional de dos chicas en cuestión de segundos. No es por nada, pero sentí un poco de pena al ver lo limitado que es su interés fuera de ‘América’.


Lo que sí le habían dicho apenas llegó fue que los argentinos tenemos fama de arrogantes. Pero que no se quedaba con ese comentario, ya que daba la casualidad de que los únicos que decían eso eran mexicanos o chilenos. Laura se enganchó enseguida al tema porque bueno… ya saben. “Y…-risas- ¡en Chile no creo que seamos muy bienvenidos!”, dije mirando a Laura como para buscar su aprobación. “La verdad que no, y ahora menos con el tema de Malvinas, ¿no?”, me contestó ella, un poco insegura.


Juan ya sin saber qué decir en su español poco fluido, dijo estar al tanto del conflicto de Malvinas (sí, algo sabe). Le confesé a Laura que con el apoyo que los chilenos habitantes de las islas le estaban dando a Inglaterra, la relación chileno-argentina era más tensa todavía; que lamentablemente la historia nos condena, a veces no entendemos bien por qué, otras veces sí, y eso nos condiciona a tener prejuicios. De inmediato le aclaré que no tenía prejuicios para con ella, al tiempo que vi que su cara iba mostrando gestos raros. Quise decirle que ni siquiera la conozco, sólo el historial de su país con el nuestro (y hasta por ahí nomás).


Me afirmó que la historia que nos enseñan acá no es la misma que le enseñaron a ella en la escuela, aunque sí se trate de un mismo acontecimiento. No puse en duda su postura, ya que no hay más que buscar un poco de bibliografía para darse cuenta de eso.


Termine de comer, así que me levanté con una sonrisa, como diciendo “es lo que hay”. Juan siguió comiendo como si nada. Me despedí con un “¡Mucho gusto, Laura!. Chau, Juan”.

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