jueves, 15 de marzo de 2012

Feedback

Ayer comenzaron las clases en mi universidad. Y, como siempre, es obligación asistir al acto del inicio del ciclo lectivo. Y digo “obligación” porque se caracteriza por ser algo monótono y los estudiantes no vamos con toda la voluntad del mundo. Es que, como todo acto formal, tiene que ser así (largo, estructurado. Bueno, sí, a b u r r i d o). Uno no espera otra cosa. Después de todo, es una formalidad necesaria y en todo caso, dirigida hacia nosotros.


Pero el acto de ayer fue bastante diferente que los de años anteriores. Hubo muchas expectativas en cuanto a qué se iba a decir y cómo iba a ser el cronograma. Fotógrafos de importantes diarios de la provincia estaban allí, hombrecitos de traje (más que de costumbre), el intendente de nuestra localidad (Libertador San Martín); además de lo usual: el coro oficial de la universidad, el de los ACA, la banda, todas las banderas colgadas en el techo (en el centro, dos de Argentina) y las autoridades de las vicerrectorias.


Para ser más concreta, el señor Sergio Urribarri, gobernador de Entre Ríos estaba presente. Había llegado en su (flamante?) helicóptero desde Paraná para acompañarnos en un día importante para nosotros y, como quien dice ya que estamos, aprovechó para hacer un par de anuncios.


Pero primero se cantó el himno nacional, los coros, la banda, infinita entrada de banderas…. Mucho ruido que tapaba la voz del presentador, nenes impacientes de la primaria, flash por acá, flash por allá…


Una vez ubicados cada uno donde le correspondía, se le dio el esperado espacio a la palabra del gobernador. Persona de baja estatura, aunque no bajo perfil, subió al escenario. Se apoderó un silencio absoluto en el auditorio y a continuación, palabras reconfortantes para el público. No sacó ningún papel como para leer, sino que dijo todo de una forma más bien espontánea. Sus palabras fueron breves y al punto. Ni una demás, y yo diría que más que suficiente para un público tan variado como el que lo escuchaba. Dijo sentirse como en casa y un par de promesas.


Se despidió abandonando el auditorio con toda su gente trajeada y un cálido aplauso. Luego, el rector agradeció su presencia y futuros “favores”, y como era de esperarse, ahora sí venía la parte que los alumnos debíamos estar más atentos.


No es muy difícil de imaginarse que desde ese momento, volvió el murmullo y la desconcentración, hasta que se hicieron los sorteos de unos premios por demás interesantes. Y ahí volvió el silencio y suspenso absolutos.


No importa cuánta avocación haya tenido el discurso del rector dirigido hacia nosotros. Nosotros ya sabíamos lo que iba a decir y, la verdad, no nos divierte la idea. Tampoco importa si el del gobernador era en realidad un mensaje camuflado, con un fin meramente político. Fue recibido como un amigo de la casa que se toma un tiempo de su apretada agenda para venir a visitarnos. Mucho menos importa que cada uno de los integrantes de los coros y banda hayan practicado mil veces sus canciones para una performance perfecta. El gobernador no los fue a ver a modo de desafío para ponerlos dentro de un rango. Estoy segura de que yo los escuché con más atención que Urribarri. Nadie estaba interesado en esperar las condiciones que se tuvieron en cuenta para elegir a los participantes del sorteo. Cuanto más rápido fuera el trámite, mejor. Eso sí, calladitos todos. ¡Ya veo que dijeron mi nombre y no lo escuché!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario