viernes, 12 de julio de 2013

Un espejo emocional

Empatía. Me encanta esa palabra. Hoy me desperté pensando justamente en la empatía; la calidez que se siente al degustar su significado y no tanto su pronunciación. Siento que no suena tan agradable al oído del otro ni al paladar mío cuando la pronuncio, como cuando la reflexiono.

Es inigualable darse cuenta de que alguien la siente por uno. "No estoy solo/a en el sentimiento". A decir verdad, no muchas veces son las que pasan cosas de este estilo. O, mejor dicho, no siempre nos encontramos en el momento justo con la persona que, más allá de entendernos, siente empatía por nosotros. Cualquier persona en cualquier parte del mundo puede estar pasando por la misma situación que yo en este momento... Y seguramente no nos conocemos.
Es por eso que calificaría como muy loco el hecho de encontrarme con alguien a quien le confíe algo y no sólo me entienda (es mucho más que eso), aunque sea genuinamente. Ni siquiera es entrar en mis pensamientos como si fueran suyos. Eso sería estúpido de pretender. Me refiero a alguien que pasó lo mismo que yo y recuerda la sensación, los pensamientos y hasta el estado de ánimo que eso le causó alguna vez.
Hoy siento empatía por alguien y no le voy a pedir que cambie de postura, que deje de pensar en eso o decirle "hay cosas peores". Porque yo hubiese hecho lo mismo, sentiría lo mismo y estaría igual de cerrada en mis pensamientos.
Lo que más me cautiva de la empatía es que no se busca. Simplemente se da. Por más que alguien realmente te quiera comprender de buena voluntad, puede que nunca se pueda poner en tus zapatos. Va por un carril diferente del de los afectos.
Un recuerdo fugaz, un micromomento del pasado o tu vida misma, de repente es la fuente de entendimiento y la clave para ese incomprendido por su propia familia. Eso es la empatía.

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