martes, 24 de junio de 2014

¡Ay, Dorita!

Dora Ovidia Dediego, de 96 años, es una anciana inquieta y pulcra, limitada por su débil físico que ha sufrido todas las enfermedades habidas y por haber. A menudo, se la escucha diciendo la frase “yo te digo que no me pudo haber tocado peor castigo que esto”, refiriéndose a la culebrilla.

Ella es mi bisabuela, la abuela Dora, la nona, o simplemente abuela, como muchos la llaman aunque no tengan el lazo sanguíneo. Siempre cuenta con orgullo que tiene 2 hijos, 4 nietos, 7 bisnietos... y ahora se le sumó un "tartaranieto", como diría ella.

En secreto le dije más de una vez que es mi abuela preferida. Su cara se ilumina y sé que por algunos minutos está llena de felicidad. Después, los dolores son más fuertes.

¿Historias para contar? Muchas, y te las repite con lujo de detalle. Hasta que se da cuenta de que las podría contar yo, de tantas veces que las escuché. No se hace mucho problema: se ríe y cuenta otra.

Sabe cuándo vuelvo de Entre Ríos y exige que le avise el día y la hora en que voy a visitarla. Me espera con matecitos con limón y muchas cosas dulces para comer. La última vez ya no pudo tomar mate, dice que le caía mal.

Cocina como los dioses, se acuerda los números telefónicos de toda la familia, solía tomar una copita de vino tinto al natural todas las noches porque escuchó a algún médico en la radio diciendo que es bueno para la salud. Se pone perfume antes de desayunar. No se tiñe el pelo porque dice que sus canas son grises, y no blancas, "como las de algunas". Tiene la manía de darle masitas a los perros y retos tímidos entre risas a sus bisnietas. “¡Ay, Dorita!” le decimos cuando se manda alguna. Me llama “Luichi” desde que tengo uso de razón.

A pesar de sus dolores, se resiste a depender de otros para las actividades cotidianas. Es por eso que cuando nos pide un favor (casi siempre mandados) es porque realmente lo necesita.

El trajín de todos los días la convenció de que ella es una molestia para muchos (aún cuando le hemos dicho un millón de veces que se deje de joder con esa idea). “A veces no sé ni para qué tengo ésta tan bien -señalándose la cabeza-; a veces quisiera no entender nada”. Me dijo alguna vez.


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