miércoles, 31 de octubre de 2012

Somos cómplices


¿Te gusta que te digan la verdad por más desagradable que sea, o preferís las mentiras utópicas a modo de parches? ¿Odiás a esa persona que le tocó la desgracia de darte la mala noticia, o agradecés de forma angustiosa que te haya sido sincero? Para ser un poco más clara, ¿sos cómplice de las mentiras aceptadas socialmente?


Si te interesa saber que prefiero yo, seguí leyendo. De lo contrario, podría decirse que hasta acá llegó mi gracia.


Antes de continuar, es necesario decirte que las mentiras no me gustan en ninguna de sus versiones. Ni las conocidas ni las disfrazadas, ni una. Obvio, ¿no? como si a alguien les gustaran. Sin embargo, debemos reconocer que muchas veces somos conscientes de una mentira, que se justifica por algo tan quemado como “el fin justifica los medios”.


Mentiras convenientes, camufladas con algunas verdades y palabras engolosinantes (*) nos hacen sentir parte de la sociedad, cuando sabemos que son nada menos que grandes… mentiras.


Pero, ¿qué pasa cuando cierta gente las crea a espaldas nuestras para su propio beneficio? Lo que a mí me pasa es que me siento excluída, sorprendida, usada, pero sobre todo engañada. Porque, claro, ¡me están mintiendo en la cara! y hasta que uno descubre la verdad de la milanesa, se hicieron atrocidades.


Sin embargo, prefiero eso a que mientan descaradamente. Es decir, sin disimulos ni preocupaciones. Me indigna demasiado saber que algo no es verdad, con muchas pruebas, y todavía así los mentirosos siguen con su labor.


Mentiras más, mentiras menos. Lo único que cambia, entonces, es que yo sea cómplice de ellas, o bien que sea su blanco fácil. Cualquiera de las dos posiciones son las más cómodas. Todavía hay una tercera: decir y aceptar la verdad.




(*) Creo que no existe esa palabra, pero en este blog está permitida.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario