miércoles, 3 de octubre de 2012

Conclusiones nocturnas

Anoche tuve una pesadilla. Miro el reloj:3.05


Las mías casi siempre involucran la muerte; muerte en diferentes formas, pero siempre de un ser querido.


Es por eso que cuando me despierto, sobresaltada con lágrimas en mi pelo (porque estoy acostada, claro), tengo, por un lado, un alivio por haber sido sólo un sueño; y por otro, un profundo sentimiento de culpa. Como si yo fuera la responsable de las muertes indeseadas.


Dí vueltas para volver a dormirme; tenía miedo de una seguidilla de sueños desagradables.


Cuando esto me pasa, lo resuelvo fácilmente. Llamo a quien haya “muerto” para asegurarme de que todo está como siempre y para… ¿lavar las culpas? Pero hasta la mañana siguiente siento esa amargura con un origen tan estúpido.


Pero anoche, entre lágrimas y pensamientos rebuscados, pensaba qué pasaría si no fuera una pesadilla. Porque aclaro, el hecho de que sea producto de mi subconsciente no quiere decir que no sea posible.


Y me puse un tanto paranoica, dándome cuenta de que la muerte puede encontrarnos cuando cruzamos la calle, si viajamos, o a la vuelta de la esquina. Pensaba en todos y cada uno de mis amigos, familiares, que podrían estar en este preciso momento cara a cara con la muerte.


Y entonces me dí cuenta…


Mi miedo está, no tanto en perder frente a la muerte, sino en perder a mi gente de una forma poco digerible.

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