jueves, 23 de febrero de 2012

Instintos

Recién llegada a una ciudad que no sabría decir cuál, aunque sí estaba segura de haberla visitado antes, comencé a caminar desviándome de una avenida dos cuadras a la derecha, hasta llegar a otra avenida paralela. Con seguridad caminaba viendo una estación de servicio cerrada, también las casas escondidas detrás de frondosos árboles, hasta que una alegría me invadió cuando llegué a aquella avenida. Mis instintos habían sido correctos.


Seguí una cuadra, dos, tres… y lo que yo creí la Avenida Principal llena de peatones y vidrieras, no era más que un callejón ancho con construcciones con andamios colgando y cada vez más oscuro.


Sentí una fuerte desilusión, ya que esa calle-cueva no correspondía al recuerdo que yo tenía de lo que alguna vez conocí. Sin embargo, seguí en la misma dirección queriendo saciar esa sed de razón que uno tiene cuando hay un repentino cambio de planes; pero nada de nada.


De repente, veo que en la siguiente esquina hay una luz, que sin ser obstruida por el bosque urbano, dejaba ver un grupo de hombres en una actitud sospechosa. Traté de ocultarme detrás de un árbol, pero al parecer escucharon el sonido de mi zapatilla pisando un paquete de alfajor que alguien habría tirado. El silencio era casi absoluto, así que no me costó creer que lo habían escuchado.


El “Capo” de aquella pandilla (así decidí nombrarlo, dado su lenguaje corporal para con los demás y por la atención mezclada con cierto temor que ellos tenían hacia él), señaló hacia mi dirección como mandando a sus secuaces a que se ocupacen del sucio trabajo que él no quería hacer.


Debo decir que me alarmé cuando vi que corrían detrás de mí. ¿Qué pretendían hacerme? ¿Qué tenía de malo que caminara por ahí? ¿Por qué se enfurecieron al ver que no eran los únicos rondando por ese territorio? ¿Acaso estarían elaborando un plan o hablando de algo que los comprometía? Si ese era el caso, ¿qué iba a entender yo a 40 metros de distancia, más que gestos y risas? En todo caso, ahuyentándome de esa forma iban a despertarme más sospechas.


De todas maneras, no debería detenerme aquí, ya que todo eso era nada más que lo que me preguntaba mientras era perseguida por Capo y sus secuaces.


No me daba el aliento para seguir corriendo, y de a poco iba disminuyendo la velocidad. Así que se fueron acercando más a mí y pudieron notar que era “sólo una chica”. ¡Más vale que era sólo una chica! ¿Qué pretendían, que fuera un detective secreto tratando de descifrar qué planeaba un par de giles? Yo solamente había entrado en pánico al haber sido descubierta en un territorio que al parecer no era el que yo pensaba (aunque todavía me costaba creerlo).


Y fue allí que terminé de convencerme de que esa no era la Avenida Principal de la ciudad que no estaba segura cuál era pero sí sabía que había estado antes.


Capo & Cia dejaron de seguirme. Al parecer les causó demasiada risa que sólo una chica fuera la que los había estado observando. A lo mejor buscaban sentir un poco de adrenalina, cosa que dudo sintieran por largo rato en esa calle-cueva-fantasma.


Cuando ya hube eliminado de mi cabeza aquella escena, cada vez con más fuerza se apoderaba de mí la certeza de que la Avenida Principal era aquella de la que yo me había desviado en un principio. ¡Claro, esa era la Avenida Principal! La que salía de la terminal de colectivos. Qué idiota me sentía. Pero nada más debía ir dos cuadras a la izquierda y listo.


Eso hice, pero al parecer esas malditas calles no tenían retorno. Parecían un laberinto del cual no podía salir, y lo peor de todo: estaba totalmente consciente de eso.


Me pregunté con bronca una y otra vez por qué mierda me había salido de esa avenida. ¿Acaso para sentir la satisfacción de saber dónde estoy, aunque sea sólo por azar? Y entonces, ¿qué valor tenía eso? Por mi culpa terminé enredada en esa calle-cueva-fantasma-laberíntica. Y nada más que por mi culpa.

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