Los chicos, impecables con sus trajes. Las chicas, ansiosas por mostrar su vestido tan cuidadosamente elegido. Los profes... supongo que esperando que termine ese calvario de acto de una vez, desde el momento en que empezó a retrasarse su inicio. Y los padres con sus cámaras cargadas, puteando a los irresponsables progenitores de esas criaturas que no paran de hacer ruido mientras el compañero destacado lee el tan emotivo discurso de despedida.
Pero hoy fui a la mañana, en horario de trabajo, mientras algunos rendirían materias. El olor a escuela se sentía de la puerta. Nos recibió la preceptora que ya estaba cuando yo terminé 3º (ó 5º, como le dicen ahora. ¿O le dicen otra vez 3º? pff).
Salimos y le pregunté a mi hermana si no iba a extrañar aunque sea un poco todo eso. Me dijo que no.
¿Y las horas libres? ¿Y los bizcochos que comprábamos para acompañar los mates en las horas libres? Esa rutina que, a pesar de renegar, te hacía la vida fácil y tu única preocupación era que llegara el viernes. ¿No vas a extrañar eso? Me dijo que no.
Desalentada, recordé que seguramente yo tampoco veía la hora de terminar la escuela; de que, si iba a estudiar, que por lo menos sea algo que me guste, cambiar de aire. Cualquier cosa iba a ser mejor. Mi memoria empezó a progresar. Y ahí lo recordé.
Cómo odiaba las clases de educación física.
Desde que tengo uso de razón, siempre me fue mal (sí, en 1º grado también) y todo bien con el matador y demás juegos para entrar en calor. Pero desde el momento en que me hiciste transpirar una gota o mi respiración se asemeja a la de mi perro en pleno verano, no me agradás, profesor.
Ni hablemos de esos no sé cuántos metros que nos hacían correr en el Estadio. Yo siempre me escondía en el baño cada 1 ó 2 vueltas mientras el profesor no nos veía. Y digo "nos" porque por alguna no tan extraña razón, siempre me acoplaba a otras tan ojotas como yo. Eramos cómplices, y las deportistas, nuestras mayores enemigas.
Soy la anticrack, el mesías de la pachorra, y me vienen a obligar a correr.¡Encima por una nota!
Qué puedo decir del handball... Mis peores recuerdos, mis mayores fracasos están guardados en este deporte de mierrrrda. Si cambiábamos de grupo, por ahí podía recuperar mi mala fama de inservible. Pero en cuanto pasaba una clase, mi no-destreza era descubierta. Lo peor de todo es que me enojaba mucho cuando no me pasaban la pelota. Había algo en mí que me decía que tal vez, sólo tal vez, era porque podía llegar a cagar el juego.
El fenómeno es aplicable a cualquier deporte.
No quiero que mis queridos lectores formen una mala imagen mía en sus cabezas. Sé que el deporte es salud. No soy un germen tampoco. Un poco nomás. Simplemente no disfruto el cansancio excesivo y la respiración dolorosa.